Desde hace dos años, en Arroyo Verde los asambleístas mantienen cortado el acceso al puente internacional.El mate viajaba de mano en mano entre historias, chistes, risas y carcajadas. De pronto, las luces de un vehículo se asomaron sobre la loma que da a la ciudad de Gualeguaychú. “Debe ser un turista”, dijo el asambleísta Miguel González, pero detrás se asomó otro, y luego otro, y otro más formando una caravana que llamó la atención de todos. “Debe ser Rossetti con los rotwailers”, acotó entre risas Paco, en relación al abogado que una semana atras amenazó con pasar sí o sí. Miguel se levantó, serio, y comenzó a caminar hacia las vallas de contención.
Cinco 4x4 se detuvieron a unos treinta metros y de la primera descendieron dos hombres con pinta de pocos amigos y muy bien vestidos. A su encuentro se dirigió Miguel acompañado por Paco y Miguel Pérez, mientras las mujeres permanecían expectantes en sus lugares.
Me levanté y, escapando de la sombra del ómnibus, caminé hacia el refugio apostado del otro lado de la ruta para intentar leer las inscripciones de las camionetas. “¿Qué precisan?”, escuché preguntar a Miguel cuando, para mi sorpresa, alcancé a ver que pertenecían a la Jefatura de Gabinetes de Ministros de la Nación.
Situado a unos 20 kilómetros de Gualeguaychú se encuentra Arroyo Verde, lugar del conflicto causado por la instalación de la pastera Botnia, sobre la costa de Uruguay, a metros de del puente Libertador General San Martín que une a la Argentina con la ciudad uruguaya de Fray Bentos.
Previo al lugar del corte hay una lomada, por lo cual hasta que uno no llega a la cima es imposible darse cuenta de lo que allí está sucediendo. Pero si uno pregunta a cualquier habitante de Gualeguaychú, sabrá que no es posible cruzar al Uruguay por allí.
Era pasado el mediodía cuando crucé la loma esperando encontrar un refugio precario y “piqueteros vip”, como algunas personas los llaman. Pero no fue así. Un descangayado ómnibus, antiguo refugio apostado en la banquina de la mano de la ruta que lleva hacia el puente, protegía las rondas de mate del sol de la tarde.
Sobre la mano contraria hay un gran refugio con paredes de cemento y aire acondicionado donados por la Unión de Obreros de la Construcción de la ciudad. Ahí es donde permanecen la mayor parte del tiempo y donde les explican a los turistas el porque de su lucha. Sobre la ruta, un gran acoplado sirve de base para asegurar, con un enorme candado, la barrera de hierro que impide el paso.
Al llegar me acerqué y me recibió Miguel.
- Buenas tardes, está lindo a la sombra- saludé.
- ¿Qué tal? Sí, es el único lugar donde se puede estar – me respondió con una sonrisa.
- ¿En que lo puedo ayudar?, si quiere podemos acompañarlo a conocer Botnia. – me dijo.
Me identifiqué y de inmediato me presentó a quienes lo acompañaban. Me pidieron que me instale como si estuviese en mi casa. Entonces, descargué el auto, me senté a tomar unos mates junto a ellos y comenzaron a hablarme sobre la pastera.
Botnia está instalada a 24 kilómetros de la ciudad de Gualeguaychú, a orillas del río Uruguay. Al autorizar la instalación de la planta, el país vecino violó un tratado de aguas compartidas firmado en 1975 que indica que se debe contar con la aprobación de los dos países, cuyos territorios son bañadas por sus aguas, para un emprendimiento de tal magnitud, que a su vez posee un enorme riesgo de contaminación ambiental.
Raúl se ofrece a llevarme a conocer la planta que se encuentra a unos 10 kilómetros de Arroyo Verde, y hacia allá fuimos. Es impactante pasar por el puesto de gendarmería sin que te detengan, es más, jamás vi a nadie asomarse. Al acercarse al puente se comienza a vislumbrar, entre la copa de los árboles, la gigantesca chimenea de 120 metros de altura (equivalente a un edificio de 40 pisos) que emana los vapores de agua, producto del enfriamiento de la torre, y las dioxinas y furanos, compuestos químicos altamente contaminantes, producto de la quema de la lignina (células fibrosas de los vegetales), como afirma en el documental “Historia de dos orillas” el ingeniero químico uruguayo Ignacio Stolkin.
Una sensación de angustia corrió en mí al ver las dimensiones de la pastera. Es como una enorme ciudad con varios edificios ubicada donde antes había vegetación y fauna silvestre. Ese mismo paisaje es el que adorna la vista desde las playas del Ñandubaysal, el camping más importante de Gualeguaychú. Luego regresamos para continuar con la ronda matera.
Eran las 19.20 y un Toyota Corolla de color gris se detuvo en el corte. Descendió un hombre delgado de unos 55 años, con el pelo mal teñido de colorado, se acercó a nosotros, saludó y pidió que le abramos el paso, a lo que de inmediato respondió Pérez.
- No señor, por acá no pasa nadie, disculpe pero no. – dijo.
- No puede ser, en la ciudad me dijeron que podría pasar por aquí, voy a Clorinda a visitar a unos parientes – explicó el hombre.
- Es imposible que le hayan dicho eso porque toda la ciudad sabe muy bien que por acá no se puede pasar. Es más, el jueves (20 de noviembre de 2008) cumplimos dos años de corte efectivo e indeterminado y no se le abre a nadie. – respondió el asambleísta.
El hombre comenzó a enervar los ánimos y a exigir que lo dejen pasar y, dirigiéndose a su hijo de unos 8 años, comenzó a agredir a los asambleístas.
- Cuando sea grande no tenes que ser como estos que solo toman mate y cosen. – afirmó mientras tomaba al hijo por los hombros.
- Ustedes son todos locos tremendos. ¡Vagos! - gritó el pequeño alentado por el padre mientras subía al auto.
- Sí, hijo, por estos locos y vagos vos vas a poder crecer sano y sin las enfermedades que causará Botnia. Que lindo ejemplo le da a su hijo señor – murmuró afligido Pérez.
Giraron y se dirigieron hacia el puesto de gendarmería, ubicado a unos 200 metros del corte, donde permanecieron por más de diez minutos. Luego retomó su camino hacia la ruta 14. Durante la tarde continuaron las visitas que en su mayoría eran turistas que buscan conocer e informarse sobre el tema.
En la 4x4 de Carlos (una de las cinco que llegaron por sorpreza), encargado del equipo que estudia el impacto ambiental enviado por Secretaria de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación que depende de la Jefatura de Gabinete de Ministros, volví al puente y pude ver como la chimenea de la pastera despedía gases con un fuerte olor podrido que llegó hasta nosotros.
Entrada la noche el número de personas en el lugar se redujo a uno. Solo Pérez pasará la noche allí. Aunque la sapiencia que emana no me permitió dormir hasta pasadas las cuatro de la madrugada.
Con su gorrito de pesca y su enorme mate, Pérez es un hombre de mucha sabiduría, curioso e indagador de la historia. Es tarde y me cuenta sobre la historia del escritor Emilio Berisso, solo se detiene para meter cuanto bocadillo puede en la historia de Lugones, del programa de televisión de Magdalena Ruiz Guiñazú emitido por TN. “Estoy seguro de que Magdalena no sabía que Leopoldo se reunía en el café Tortoni con Rubén Darío”, afirma orgulloso.
Habla de Dostoievsky, Tolstoi, la Rusia zarista. Realmente Miguel Pérez es una persona única, de esas que no se encuentran todos los días.
Temprano por la mañana llega Sira, la asambleísta más entrevistada del corte. No le gusta el periodismo porque sostiene que los periodistas siempre publican todo lo contrario a lo que ellos declaran. “Yo te digo, a mi de acá me sacan patitas para adelante”, afirma.
Veo que algunos vehículos pasan, entonces pregunto por qué y me comentan que quienes trabajan o cobran jubilaciones, las ambulancias, las emergencias y los que tramitan autorizaciones, entre otros, pueden pasar. Y que otra forma utilizada es hacer trasbordo, o sea llegan hasta un lado de la barrera y del otro los esperan, no pasa el vehículo pero la persona sí.
Los asambleístas que integran el corte son muchos y rotan de forma constante. Están muy bien organizados, son amables y saben que mantienen una lucha que es por el bien de las generaciones que vendrán. Quizás si más gente se acercase, sería posible cambiar la forma de pensar de muchos que hoy están en contra del reclamo.
La ciudad de Botnia al caer la noche